4 mar 2009

Romeo se sentía golpeado, cansado de buscar y rebuscar a su Julieta por todos los rincones y encontrar sólo la chatura efímera que marca el compás de estos tiempos.
La experiencia le venía demostrando que lo que buscaba no existía; que las rosas se marchitan solas en un cesto, soñando destinos de grandeza como sellar pactos de amor o decir simplemente un "no dejo de pensar en vos".
Se preguntó hasta cuando iba a tener ganas de seguir sin rendirse a la generación de la inmediatez, al egoísmo imbécil de las relaciones irrelevantes por las que nadie quiere ni puede luchar, de la gente que se siente en el derecho de pedir sin dar nada a cambio.
Romeo no quería una Julieta de la que sacar ventaja, ni su opuesto. Quería una Julieta a la que no tuviera que esconderle como era él para que lo acepte; este era un Romeo que nada quería saber con estrategias e intrigas. Construir en base a sentimientos y trabajo era su ideal. Quería su igual, con todas sus diferencias, pero con sus mismas ganas. Romeo encontraba en eso su propia definición de pareja, y se entristecía cada vez que comprobaba que era sólo la suya.
Se vistió sin prisa ni expectativa, aquel cumpleaños, la excusa pasable para encontrarse con los de siempre una vez más. Y eso no era poco.
Llego puntual como siempre, y como siempre fue de los primeros en llegar.
La vio de inmediato. ¿Su? Julieta con un alias diferente. Su mirada intensa donde se hubiera zambullido sin pensarlo dos veces para beber hasta saciar una sed imposible de su esencia. Su sonrisa que podía derrumbar sin esfuerzo la más sólida de sus murallas, su belleza y su porte de pequeña princesa, que lo llamaba a protegerla de mil cosas de las que seguramente no necesitara defensa alguna.
Cada palabra, cada actitud, de ese día y lo que vino le decían que alias de Julieta era Julieta, su Julieta. Y trató de ser él mismo sin estrategias e instintivamente le tuvo miedo. Ese miedo que se tiene solo ante aquello con lo que uno se reconoce íntimamente vulnerable. Recordó aquello que valiente es el que tiene miedo, pero actúa igual, y actuó.
Y le dijo que quería verla, y le dio flores que decían triunfales que no dejo de pensar en vos y le habló y la escuchó y quiso escuchar más y más y la vio sonreír y quiso robarle esa sonrisa para sus noches de desvelo. Y por un segundo la vio dormir y soñó con verla así muchas veces más.
Y ahora Romeo espera en silencio, atareado pero ausente, la próxima visita a (su ilusión de) Julieta. Con casi iguales medidas de aprensión y esperanza, pidiendo en voz baja y pensando si será posible que (su) alias de Julieta lo quiera como su alias de Romeo.

Her Morning Elegance / Oren Lavie



Visto en Media Mesa